miércoles, 30 de noviembre de 2011
Hansel y Gretel
Erase una vez un leñador muy pobre que tenía dos hijos: un niño llamado Hansel, y una niña llamada Gretel, y que había contraído nuevas núpcias después de que la madre de los niños falleciera. El leñador quería mucho a sus hijos pero un año una terrible hambruna asoló la región. Casi no tenían ya que comer y una noche la esposa del leñador le dijo: “No podremos sobrevivir los cuatro otro invierno. Deberemos tomar mañana a los niños y llevarlos a la parte más profunda del bosque cuando salgamos a trabajar. Les daremos un pedazo de pan a cada uno y luego los dejaremos allí para que ya no encuentren su camino de regreso a casa. El leñador se negó terminantemente porque amaba a sus hijos y sabía que si los dejaba en el bosque morirían de hambre o devorados por las fieras, pero su esposa le dijo: “Tonto, ¿no te das cuenta que si no dejas a los niños en el bosque, entonces los cuatro moriremos de hambre?”- Y tanto insistió, tanto insistió, que finalmente convenció a su marido. Pero afortunadamente los niños estaban aún despiertos y oyeron todo. Hansel dijo a su hermana: “No te preocupes Gretel, que tengo la solución”.
A la mañana siguiente todo ocurrió como habían oído. Los levantaron temprano, le dieron un pedazo de pan a cada uno y emprendieron la marcha hacia el bosque. Lo que el leñador y su mujer no sabían era que durante la noche, Hansel había salido al jardín para llenar sus bolsillos de guijarros blancos, y ahora, mientras caminaban, lenta y sigilosamente fue dejando caer guijarro tras guijarro formando un camino que evitaría que se pierdan dentro del bosque. Cuando llegaron a la parte más boscosa, encendieron un fuego, sentaron a los niños junto a él y les dijeron que aguardaran allí hasta que terminaran de trabajar.
Por largas horas, hasta que se hizo de noche, los niños permanecieron junto al fuego tranquilos porque oían a lo lejos un clap-clap, que supusieron sería el hacha de su padre trabajando todavía. Pero ignoraban que su madrastra había atado una rama a un árbol para que hiciera ese ruido al ser movida por el viento. Cuando la noche se hizo más cerrada Gretel decidió que era tiempo de volver, pero su hermano le dijo que debían aguardar aún a que saliera la luna. Así lo hicieron, y cuando esto ocurrió la luz lunar iluminó los guijarros blancos dejados por Hansel como si fueran un camino de plata. Cuando a la mañana siguiente los jóvenes golpearon en la puerta de su padre, la madrastra estaba furiosa, pero el leñador se alegró inmensamente, porque lamentaba mucho lo que acababa de hacer.
Subsistieron entonces los cuatro juntos un tiempo más, pero al poco, una hambruna aún más terrible que la anterior volvió a devastar la región. El leñador no quería separarse de sus hijos pero una vez más su esposa lo convenció de que era la única solución. Los niños oyeron esto pero esta vez Hansel no pudo salir a recojer los guijarros porque su madrastra había cerrado con llave la puerta. De todas formas, dijo a Gretel: “No te preocupes, que hago se me ocurrirá”, y cuando a la mañana siguiente dejaron la casa, Hansel fue dejando caer todo a lo largo del camino, las miguitas del pan que le habían dado antes de partir. Nuevamente los dejaron junto al fuego, en lo profundo del bosque, pero cuando quisieron volver comprobaron que todas las miguitas dejadas por Hansel habían sido comidas por las aves del bosque.
Solos, muertos de hambre y de miedo, los dos niños se encontraron en un bosque espeso y oscuro del que no podían hallar la salida. Vagaron durante muchas horas hasta que por fin, encontraron un claro donde sus ojos descubrieron la maravilla más grande que jamás hubiesen podido imaginar: ¡una casita hecha de dulces!. Los techos eran de chocolate, las paredes de mazapán, las ventanas de caramelo, las puertas de turrón, el camino de confites, ¡un verdadero manjar! Hansel corrió hacia la casita diciendo a su hermana: “¡Ven Gretel, yo comeré del techo y tu podrás comerte las ventanas!” Y así diciendo, los niños se avalanzaron sobre la casa y comenzaron a devorarla sin notar que, sigilosa, salía a su encuentro una malvada bruja que inmediatamente los tomó prisioneros.
“Veo que querían comer mi casa-dijo la bruja- Pues ahora yo los voy a comer a ustedes”. Y así diciendo los examinó: “Tu, la niña-dijo mirando a Gretel-me servirás para ayudarme mientras engordamos al otro, está muy flacucho y así no me lo puedo comer”. Y sin prestar atención a las lágrimas de los niños tomó a Hansel y lo metió en una diminuta prisión. Día a día debía Gretel llevarle los alimentos que la bruja preparaba para su hermano, esperando el día en que estuviese lo suficientemente gordo para comérselo. Sin embargo, los niños habían urdido un plan. Como la bruja era muy corta de vista, todos los días le pedía a Hansel que le muestre uno de sus dedos para sentir si ya estaba rellenito.
Pero lo que el niño hacía era sacar por entre los barrotes de su jaula, un huesito de pollo, de forma tal que la bruja sentía lo huesudo de su presa y decidía esperar un tiempo más. Sin embargo, y como era de esperarse, esa situación no podía durar por siempre, y un mal día la bruja vociferó: “Ya estoy cansada de esperar que este niño engorde. Come y come todo el día y sigue flaco como el día que llegó”. Entonces encendió y gigantesco horno y dijo a Gretel, métete dentro para ver si ya está caliente, pero la niña, que sabía que en realidad lo que la bruja quería era atraparla dentro para comérsela también, le replicó: "No se como hacer eso". La bruja, fastidiada le dijo: "Si serás tonta. Es lo más fácil del mundo, te mostraré cómo hacerlo" Y se metió dentro del horno.
Gretel, sin esperar un momento, cerró la pesada puerta y dejó allí atrapada a la malvada bruja que, dando grandes gritos murió quemada. Gretel corrió junto a su hermano y lo liberó de su prisión.
Entonces los niños vieron que en la casa de la bruja había grandes bolsas con montones de piedras preciosas y perlas. Así que llenaron sus bolsillos lo más que pudieron y a toda prisa dejaron aquel bosque encantado. Caminaron un tiempo más y finalmente dieron con la casa de su padre. Al verlos llegar el leñador se llenó de júbilo porque desde que los había abandonado no había pasado un solo día sin que lamentase su decisión. Los niños corrieron a abrazarlo y, una vez que se hubieron reencontrado, vaciaron sus bolsillos ante los incrédulos ojos de su padre que nunca más debió padecer necesidad alguna.-
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