sábado, 5 de noviembre de 2011

Bajar la luna

¡Caramba! —Exclamó Topo una noche mientras salía de su madriguera
—. ¿Qué es eso?
La luna estaba suspendida en el cielo, encima de él, como una brillante moneda de plata. Topo pensó que aquella era la cosa más bonita que jamás había visto.
—Sea lo que sea, quiero tenerlo —pensó Topo
—. ¡Ya sé, ya sé! Saltaré hacia arriba y lo bajaré.
¡BOiNG! ¡BOiNG! ¡BOOING! ¡BOOOING!
Topo estaba tan atareado dando saltos que no se dio cuenta del ruido que hacía… Y despertó a Conejo, que dormía en su madriguera.
— ¡Topo! —Dijo Conejo—. ¿Qué zanahorias estás haciendo?
—Hola, Conejo —respondió Topo—. Estoy intentando bajar esa cosa brillante de allá arriba.
— ¿Te refieres a la luna? —preguntó Conejo.
— ¡Ahora ya sé cómo se llama! —contestó Topo.
—Nunca lo conseguirás —afirmó Conejo—. No está tan cerca como parece.
Pero Topo no estaba dispuesto a rendirse.
—Ya lo tengo —pensó—. Cogeré un palo y le daré golpecitos a la luna hasta hacerla caer. Encontró un palo largo e intentó alcanzar la luna.
¡FIIUU! ¡FIIUU! ¡FIIIUUUU! ¡FIIIUUU!
Topo estaba tan ocupado agitando el palo que tropezó y cayó sobre Erizo, que descansaba en su cama de hojas secas.
— ¡Topo! —Gruñó Erizo—. ¿Qué caracoles estás haciendo esta vez?
— ¡Hola, Erizo! —Saludó Topo—. Estoy intentando bajar la luna.
—Nunca lo conseguirás —afirmó Erizo
—. No está tan cerca como parece.
Pero Topo no estaba dispuesto a rendirse.
—Ya lo tengo —pensó—. Le lanzaré algo y, con el golpe, la derribaré.
Encontró algunas bellotas y las tiró en dirección a la luna.
¡Zas! ¡Zas! ¡Zaass! ¡Zaass!
—¡Ayy! —Protestó Ardilla—.
Topo, ¿es que te has vuelto loco?
—Hola, Ardilla —saludó Topo
—. Estoy intentando bajar la luna de un bellotazo.
—Nunca lo conseguirás —afirmó Ardilla—. No está tan cerca como parece.
Pero Topo deseaba con tanta intensidad la luna que no estaba dispuesto a rendirse
—Ya lo tengo —pensó—. ¡Subiré a la copa de un árbol y desde allí la haré caer!
Topo nunca había trepado antes a un árbol. Fue un trabajo duro, sobre todo porque le daba miedo estar tan lejos del suelo. Pero siguió adelante hasta que vio que la luna casi rozaba las hojas de la copa del árbol, encima de él.
Topo estiró sus brazos todo lo que pudo, pero justo cuando creyó que ya tenía la luna… ¡Resbaló!
¡Oh! ¡Ayy! ¡AUU!
Topo fue cayendo a trompicones y aterrizó, ¡CHOOFF!, en medio de un charco.
—¡Córcholis! ¡Qué mala suerte! —pensó Topo
—. ¡Esta vez casi la consigo!
Entonces se dio cuenta de que algo flotaba dentro del charco que tenía al lado. Estaba muy pálida y arrugada, pero incluso así, Topo la reconoció enseguida.
—¡La luna! —suspiró Topo—. ¡Debe de haber caído conmigo!
Tendió la mano para cogerla, pero en el mismo instante en que la tocó, la luna se rompió en pedazos y se desvaneció. Topo se sentó dentro del charco y rompió a llorar. Conejo, Erizo y Ardilla se acercaron corriendo hasta él.
—¿Te encuentras bien, Topo? —preguntó Conejo.
—Yo estoy bien —sollozó Topo—. ¡Pero la luna no! He conseguido bajarla y después la he roto. ¡Era tan, TAN bonita… y ya no volveré a verla nunca más!
—Oh, Topo —dijo Conejo—, no has podido bajar la luna.
—Y no has podido romperla —afirmó Erizo.
—Y seguro que volverás a verla —añadió Ardilla—. ¡Mira allí arriba!
—¡Oh! —susurró Topo—. ¡Y está más bonita que nunca!
Topo, Conejo, Erizo y Ardilla se pusieron de pie y juntos miraron fijamente a la luna.
—Es hermosa —dijo Conejo.
—Muy hermosa —afirmó Erizo.
—Realmente muy hermosa —añadió Ardilla.
—Sí —dijo Topo—. ¡Pero NO está tan cerca como parece!
Fin
Jonathan Emmeth
Bajar la luna del cielo Barcelona, Ediciones Beascoa S. A., 2002

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