Una vez, en la quietud de la noche.
Escuché, de pronto, extrañas cosas.
Eran voces tenues y misteriosas,
chillonas y con tono de reproche.
Pensé que a unas brujas, oía.
Una brujita chillona
y una bruja regañona,
entre ellas discutían:
—Bañarse no tiene razón
— Dijo la bruja más pequeña,
pienso que la mugre es buena
y me brinda protección.
—Tendrás un aroma mejor
— Contestó la bruja mayor,
a todos les gustarás,
por el rico jabón de olor.
—No quiero oler bonito
— El jabón es peligroso,
es mortal y no es sabroso,
por eso murió mi papito.
Él no se quería bañar,
Lo obligó la niña Malena,
lo mojó a la malagueña
y no le dio tiempo de saltar.
— ¿Saltar?—de inmediato comprendí,
que no eran brujas trasnochadas,
ni fantasmas los que hablaban las causas
de las voces que oí.
Eran pulgas que arribaban
a mi cabeza sucia,
sin lavar y para dejarlas de escuchar,
corriendo me fui a bañar.
Fin
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