Todo aqel día permaneció Perceval en la roca y miraba al mar a lo lejos para saber si
pasaba alguna nave. Por más que miró hacia arriba y abajo no vio ninguna; se anima a sí
mismo y se reconforta en Nuestro Señor, rogándole que le proteja de tal forma que no
caiga en la tentación ni en engaño del diablo ni en mal pensamiento, sino que así como
el padre debe proteger al hijo, que así le proteja y le nutra a él. Tiende las manos hacia
el cielo y dice:
«Buen Señor Dios que en lugar tan alto como es la Orden de Caballería me dejasteis
subir y que me elegisteis como servidor vuestro, aunque yo no fuera nada digno; Señor,
por vuestra piedad no permitáis que yo salga de vuestro servicio, sino que sea como los
campeones buenos y seguros, que defienden bien la querella de su señor contra aquel
que sin motivo lo demanda. Buen Señor y dulce, concededme que pueda defender mi
alma, que os pertenece y es vuestra justa herencia, contra aquel que sin motivo la quiere
tener. Buen dulce Padre, que dijisteis de vos mismo en el Evangelio: "Yo soy el buen
pastor y el buen pastor arriesga su cuerpo por sus ovejas, cosa que no hace el malo, sino
que abandona a sus ovejas sin protección hasta que el lobo se las degüella y las devora
tan pronto como llega"; Señor, sed mi pastor defensor y guía, y que yo sea una de
vuestras ovejas. Y si sucede, buen Señor Dios, que yo soy la oveja número cien, la loca
y desdichada que se separa de las otras noventa y nueve, yéndose alocadamente al
desierto, Señor, os ruego que tengáis piedad de mí y no me dejéis en el desierto, sino
que me hagáis volver a vuestra parte, que es la Santa Iglesia y la Santa Fe, donde están
las buenas ovejas y donde los hombres buenos, los buenos cristianos, permanecen, de
tal forma que el Enemigo, que de mi sólo pide la sustancia, es decir, el alma, no consiga
alcanzarme sin protección.»
Cuando Perceval dijo esto, vio venir hacia él al león por el que había luchado contra la
serpiente. No parecía que quisiera hacerle daño, sino que se le acercó con muestras de
gozo. Cuando Perceval lo ve lo llama y viene hasta él estirando el cuello y la cabeza. El
león se queda ante él como si fuera el animal más manso del mundo; se acuesta delante
y le apoya la cabeza en el hombro y espera así que la noche llegue oscura y negra; se
duerme ante el león y no tiene ganas de comer pues pensaba en otras cosas.
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