Cagliuso: el gato con botas |
Luego se echó el saco a la espalda y se fue derecho al palacio del rey. La guardia gritó: -¡Alto! ¿Adónde vas? -A ver al rey -respondió sin más el gato. -¿Estás loco? ¡Un gato a ver al rey! -Dejen que vaya -dijo otro-, que el rey a menudo se aburre y quizás el gato lo complazca con sus gruñidos y ronroneos. Cuando el gato llegó ante el rey, le hizo una reverencia y dijo: -Mi señor, el conde -aquí dijo un nombre muy largo y distinguido- presenta sus respetos a su señor el rey y le envía aquí unas perdices que acaba de cazar con lazo. El rey se maravilló de aquellas gordísimas perdices. No cabía en sí de alegría y ordenó que metieran en el saco del gato todo el oro de su tesoro que éste pudiera cargar. -Llévaselo a tu señor y dale además muchísimas gracias por su regalo. El pobre hijo del molinero, sin embargo, estaba en casa sentado junto a la ventana con la cabeza apoyada en la mano, pensando que ahora se había gastado lo último que le quedaba en las botas del gato y dudando que éste fuera capaz de darle algo de importancia a cambio. Entonces entró el gato, se descargó de la espalda el saco, lo desató y esparció el oro delante del molinero. -Aquí tienes algo a cambio de las botas, y el rey te envía sus saludos y te da muchas gracias. El molinero se puso muy contento por aquella riqueza, sin comprender todavía muy bien cómo había ido a parar allí. Pero el gato se lo contó todo mientras se quitaba las botas y luego le dijo: -Ahora ya tienes suficiente dinero, sí, pero esto no termina aquí. Mañana me pondré otra vez mis botas y te harás aún más rico. Al rey le he dicho también que tú eras un conde. Al día siguiente, tal como había dicho, el gato, bien calzado, salió otra vez de caza y le llevó al rey buenas piezas. Así ocurrió todos los días, y todos los días el gato llevaba oro a casa y el rey llegó a apreciarlo tanto que podía entrar y salir y andar por palacio a su antojo. Una vez estaba el gato en la cocina del rey calentándose junto al fogón, cuando llegó el cochero maldiciendo: -¡Que se vayan al diablo el rey y la princesa! ¡Quería ir a la taberna a beber y a jugar a las cartas, y ahora resulta que tengo que llevarles de paseo al lago! Cuando el gato oyó esto, se fue furtivamente a casa y le dijo a su amo: -Si quieres convertirte en conde y ser rico, sal conmigo y vente al lago y báñate. El molinero no supo qué contestar, pero siguió al gato. Fue con él, se desnudó por completo y se tiró al agua. El gato, por su parte, tomó la ropa, se la llevó de allí y la escondió. Apenas terminó de hacerlo, llegó el rey y el gato empezó a lamentarse con gran pesar: -¡Ay, clementísimo rey! ¡Mi señor se estaba bañando aquí en el lago y ha venido un ladrón que le ha robado la ropa que tenía en la orilla, y ahora el señor conde está en el agua y no puede salir, y como siga mucho tiempo ahí, se resfriará y morirá! Al oír aquello, el rey dio la voz de alto y uno de sus siervos tuvo que regresar a toda prisa a buscar ropas del rey. El señor conde se puso las lujosísimas ropas del rey y, como ya de por sí el rey le tenía afecto por las perdices que creía haber recibido de él, tuvo que sentarse a su lado en la carroza. La princesa tampoco se enfadó por ello, pues el conde era joven y bello y le gustaba bastante.
El gato, por su parte, se había adelantado y llegó a un gran prado donde había más de cien personas recogiendo heno. -Eh, ¿de quién es este prado? -preguntó el gato. -Del gran mago. -Escuchen: el rey pasará pronto por aquí. Cuando pregunte de quién es este prado, contesten que del conde. Si no lo hacen, morirán todos. A continuación el gato siguió su camino y llegó a un trigal tan grande que nadie podía abarcarlo con la vista. Allí había más de doscientas personas segando. -Eh, gente, ¿de quién es este grano? -Del mago. -Escuchen: el rey va a pasar ahora por aquí. Cuando pregunte de quién es este grano, contesten que del conde. Si no lo hacen, morirán todos. Finalmente el gato llegó a un magnífico bosque. Allí había más de trescientas personas talando los grandes robles y haciendo leña. -Eh, gente, ¿de quién es este bosque? -Del mago. -Escuchen: el rey va a pasar ahora por aquí. Cuando pregunte de quién es este bosque, contesten que del conde. Si no lo hacen así, morirán todos. El gato continuó aún más adelante y toda la gente lo siguió con la mirada, y como tenía un aspecto tan asombroso y andaba por ahí con botas como si fuera una persona, todos se asustaban de él. Pronto llegó al palacio del mago, entró con descaro y se presentó ante él. El mago lo miró con desprecio y le preguntó qué quería. El gato hizo una reverencia y dijo: -He oído decir que puedes transformarte a tu antojo en cualquier animal. Si es en un perro, un zorro o también un lobo, puedo creérmelo, pero en un elefante me parece totalmente imposible, y por eso he venido, para convencerme por mí mismo. El mago dijo orgulloso: -Eso para mí es una minucia. Y en un instante se transformó en un elefante. -Eso es mucho, pero ¿puedes transformarte también en un león? -Eso tampoco es nada para mí -dijo el mago, que se convirtió en un león delante del gato. El gato se hizo el sorprendido y exclamó: -¡Es increíble, inaudito! ¡Eso no me lo hubiera imaginado yo ni en sueños! Pero aún más que todo eso sería si pudieras transformarte también en un animal tan pequeño como un ratón. Seguro que tú puedes hacer más cosas que cualquier otro mago del mundo, pero eso sí que será imposible para ti. El mago, al oír aquellas dulces palabras, se puso muy amable y dijo: -Oh, sí, querido gatito, eso también puedo hacerlo. Y, dicho y hecho, se puso a dar saltos por la habitación convertido en ratón. El gato lo persiguió, lo atrapó de un salto y se lo comió. El rey, por su parte, seguía paseando con el conde y la princesa y llegó al gran prado. -¿De quién es este heno? -preguntó el rey. -¡Del señor conde! -exclamaron todos, tal como el gato les había ordenado. -Ahí tienes un buen pedazo de tierra, señor conde -dijo. Después llegaron al gran trigal. -Eh, gente, ¿de quién es este grano? -Del señor conde. -¡Vaya, señor conde, grandes y bonitas tierras tienes! A continuación llegaron al bosque. -Eh, gente, ¿de quién es este bosque? -Del señor conde. El rey se quedó aún más asombrado y dijo: -Tienes que ser un hombre rico, señor conde. Yo no creo que tenga un bosque tan magnífico como éste. Al fin llegaron al palacio. El gato estaba arriba, en la escalera, y cuando la carroza se detuvo bajó corriendo de un salto, abrió las puertas y dijo: -Señor rey, ha llegado al palacio de mi señor, el señor conde, a quien este honor le hará feliz para todos los días de su vida. El rey se apeó y se maravilló del magnífico edificio, que era casi más grande y más hermoso que su propio palacio. El conde, por su parte, condujo a la princesa escaleras arriba hacia el salón, que deslumbraba por completo de oro y piedras preciosas. Entonces la princesa le fue prometida en matrimonio al conde, y cuando el rey murió se convirtió en rey. Y el gato con botas, por su parte, en primer ministro.
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